Continúo mi viaje por el Renacimiento de Harlem a través de algunos de los espacios más simbólicos del barrio entre las décadas de 1920 y 1940. Por estos locales pasaron iconos como Duke Ellington, Chick Webb, Ella Fitzgerald, George Gershwin o Federico García Lorca, pero también muchos personajes dignos de ser rescatados del olvido. La cultura clubbing existía antes de la música electrónica y Harlem es uno de los mejores ejemplos. Lugares musicales donde se producía y recibía jazz y todo tipo de músicas -confluyendo lo pop, lo académico, lo teatral-, en muchas ocasiones al borde de lo legal y/o moralmente aceptado por la mayoría y donde siempre la creatividad iba de la mano de la sociabilidad.
E. Simms Campbell, Mapa de Clubes Nocturnos de Harlem, 1932. Elmer Simms Campbell State, US Library of Congress, Washington D.C.
Cotton Club y Savoy Ballroom
Son dos enclaves icónicos del jazz que han hecho correr ríos de tinta. Sobre el Cotton Club merece la pena leer A Dance in the Revolution: Stretch Johnson, Harlem Communist at the Cotton Club (Fordham university Press, 2014) donde el propio bailarín y activista comunista Howard “Stretch” Johnson narra sus peripecias en este lugar durante los años 1930s y 1940s. El club toma su nombre en 1923 por iniciativa del inmigrante inglés Owney Madden tras salir de un correccional. Allí se podía tomar una de las cervezas más famosas de la ciudad y whiskey hecho de maíz.
Jesse Owens y Bill Robinson junto a las bailarinas de Cotton Club en septiembre de 1936
La pareja artística por excelencia eran Duke Ellington y Adelaide Hall con éxitos como "Creole Love Call" (1927). Vocalistas como Ethel Waters, Lena Horne y Dorothy Dandridge eran habituales de este escenario. Jimmie Lunceford y Cab Calloway dirigieron aquí sus bandas. Calloway interpretó aquí su gran éxito "Minnie The Moocher", compuesto junto a Irving Mills en 1931 -y que al año siguiente era conocido a nivel internacional gracias a su uso en las películas de dibujos animados de Betty Boop y Bimbo-. Hasta 1935 los negros solo estaban presentes actuando o sirviendo mesas -en raras ocasiones se permitía a estrellas negras como el cantante, actor y activista Paul Robeson estar en el público-. En 1937 ponía fin a su primer capítulo y se trasladaba a Broadway, dejándose parte de su clientela en Savoy Ballroom.
Para adentrarse en el Savoy hay pocas referencias tan nutritivas como las memorias de la bailarina Norma Miller Swingin’ at the Savoy -publicadas en 1996 por primera vez, pero lograrás una dosis doble de placer si consigues la edición de 2006 con ilustraciones de Martin French publicada por Candlewick-. Era el lugar por excelencia de las batallas de bandas desde que Benny Goodman retó a Chick Webb el 5 de mayo de 1937. Ese día había más gente fuera esperando para entrar que dentro del propio local, capaz de alojar a unas cuatro mil personas. El triunfo fue para Webb, quien mantuvo su puesto también al año siguiente cuando le planteó un nuevo reto Count Basie. La batalla Webb-Basie tuvo lugar el 16 de enero de 1938 , el mismo día que Goodman tocaba en el Carnegie Hall, y se enfrentaron vocalmente Ella Fitzgerald, del lado de Webb, y Billie Holiday, en la orquesta de Basie . Estas batallas eran muy rentables económicamente y además eran una manera de expresar determinados debates sociales en forma de lucha musical entre blancos y negros, hombres y mujeres. En casi todas las competiciones Webb jugaba en casa con ventaja por ser banda habitual de este salón y por haber hecho suya la canción “Stompin’ at the Savoy”. Otro elemento icónico de Savoy eran sus bailarines. De aquí salieron bailes como el lindy hop, el truckin’, el shag o el Susie Q. El elenco del local participó en la Feria Mundial de 1939 con el espectáculo The Evolution of Negro Dance. Menos conocido, pero igual de transitado, era el sótano del local donde había una sala de billar en la que jugaban todo tipo de personajes y de vez en cuando uno podía encontrarse a músicos como Dizzy Gillespie.
Con el paso de los años los espacios arquitectónicos de Cotton y Savoy corrieron la misma suerte: fueron demolidos en 1958 por la expansión inmobiliaria de Harlem y con ello se hacía desaparecer dos reliquias del jazz que hoy atraerían a muchos peregrinos.
Radium Club
La migración de negros sureños hacia las ciudades del norte queda reflejada en algunas películas como The Girl From Chicago (1932) y Swing! (1938) del director Oscar Micheaux, otro de los personajes clave del Renacimiento de Harlem. Radium Club es uno de los espacios principales de la citada película de Micheaux estrenada en 1932. Allí uno de sus personajes, Liza, se hace pasar por una artista de vaudeville de éxito internacional originaria de Bruselas sin contar que una de las asistentes en el club es de su mismo pueblo sureño en Carolina del Sur. Construirse otra vida para ganar glamour en la escena de Harlem no era cosa solo de película. En esto de los inventos, un episodio épico fue cuando Joséphine Baker se inventó en 1927 que se había casado con Pepito Abatino al que eleva socialmente regalándole el título de conde. La prensa no tardó en descubrir que era todo una mentira de Baker para que su nombre se oyera en Estados Unidos mientras ella estaba en Europa.
Volviendo al Radium, por allí pasó en el verano de 1934 el compositor George Gershwin para desayunar junto a la actriz y bailarina Ethel Moses -parte del cuerpo de baile de Cab Calloway y poco tiempo después un icono erótico gracias al cine de Micheaux-. Las carcajadas sin freno llegaron cuando la pareja vio la cantidad exagerada de comida que les servían y su incapacidad para acabar con ella pese a haber estado toda la noche consumiendo energía bailando en el Savoy Ballroom. Gershwin se había escapado a Nueva York desde Folly Island, Carolina del Sur, donde estaba pasando unas semanas con el literato Edwin DuBose Heyward, autor de la novela Porgy (1925). DuBose había llevado a escena su prosa gracias a la ayuda de su mujer, Dorothy Heyward, en 1927 y Gershwin estaba transformándola ahora en una ópera. Aquella visita a Harlem le sirvió para inspirarse musicalmente y crear una de sus obras más destacadas, Porgy and Bess (1935).
Connie's Inn y Tillie’s
Tres hermanos de origen alemán -Connie, George y Louie- establecieron en 1923 un local para público blanco al transformar el Shuffle Inn. Estaba en una localización privilegiada junto al Teatro Lafayette y al popular “Árbol de la Esperanza” situado en la “Avenida de los Sueños” -así se conocía por entonces a la 7th Avenue-. El acceso era solo para gente con perfil económico alto, pues era difícil que las entradas costaran menos de 14 dólares. Los tres centenares de espectadores que albergaba podían disfrutar de comediantes como Moms Mabley, bailarines como Ada “Bricktop” Smith y Earl Tucker o cantantes como Bessie Smith. La auténtica estrella del cartel era quien fue uno de los mozos de reparto de comida que salía de la cocina del establecimiento previo al negocio de los hermanos Immerman y que terminó sobre el escenario: Thomas Wright “Fats” Waller. Con quince años, en 1919, había empezado a tocar el órgano profesionalmente en el Lincoln Theatre de Harlem y tres años después grababa para Okeh Records. Había aprendido acompañando a su familia con el armonio mientras cantaban música religiosa, terminando de profesionalizarse entre los muros de la Abyssinian Baptist Church de la 138th Street. Tras probar con el violín y aprender a leer música cambió su percepción musical gracias al pianista James P. Johnson y su stride piano donde la mano izquierda va “saltando” por los acordes.
Connie’s Inn en la década de 1930.
Fats Waller logró convertir Connie’s en un lugar esencial en las noches de Harlem y llegó a trasladar lo que allí ocurría al Teatro Hudson de Broadway con el estreno de la revista musical Hot Chocolates en 1929. Con libreto de Andy Razaf y música creada mano a mano entre Waller y Harry Brooks lograron representarla más de doscientas veces en seis meses contando con música de la talla de Louis Armstrong y piezas que terminarían siendo clásicos jazz como “Ain’t Misbehavin’”, “Sweet Savannah Sue” y “(What Did I Do To Be So) Black and Blue” -que hizo popular Cab Calloway tras relevar a Armstrong en el musical-. El éxito hizo que Waller se precipitara y en pleno apogeo de las canciones vendió los derechos a Irving Mills por 500 dólares, un pago irrisorio comparado con lo que podía haber rentabilizado esta música él mismo.
La rumorología de Connie’s decía que Fats Waller había sido capaz de ganar una apuesta consistente en tocar una misma canción de veintiocho maneras diferentes para ganarse una copa gratis con cada una de las versiones. Después de mucho tocar y mucho beber, Fats Waller solía pasarse por Tillie’s Chicken Shack. Tillie Fripp era una mujer que había abandonado su trabajo como servicio doméstico en Filadelfia y había llegado a Nueva York para buscarse la vida. A cambio de un alojamiento y comida le ofrecieron su primer trabajo cocinando en un bar. Allí la descubrió el periodista Louis Sobol y habló de ella en sus crónicas sobre teatro y música en Broadway. A las pocas semanas los blancos ricos se acercaban a Harlem y hacían cola para comer su pollo frito. Tillie logró independizarse económicamente y montó su propio local, una hazaña empresarial de primer orden para una mujer negra en la década de 1920 -llegó a vender incluso su primer local con la marca incluída para trasladarse a otro emplazamiento mejor, Tillie’s Chicken Grill-. Hasta que en 1935 el boxeador Jack Johnson abrió un restaurante en el West Side, los locales vinculados a Tillie eran los predilectos para llenar el estómago de la mayoría de estrellas del jazz. El binomio Connie’s-Tillie’s se rompió definitivamente cuando los hermanos Immerman tuvieron que cerrar su local a consecuencia de una profunda crisis económica.
Small’s Paradise
Aunque no tuvieron buen ojo con Billie Holiday -y todo porque el pianista le preguntó antes de la audición en qué tono estaba su canción y ella no supo qué decirle-, era otro de los lugares principales de Harlem. Abrió sus puertas en 1925 de la mano de su fundador, Ed Small, y con la Charlie Johnson Band como reclamo. Durante la década que estuvieron fijos tocando en el local se pudo escuchar con ellos a Sidney Bechet, Benny Carter y Jabbo Smith. Con ellos tocaba también el banjo Elmer Snowden. El club era un gran escaparate donde los empresarios veían a las estrellas del mañana, como el caso del ruso Leonin Leonidov en 1925. Tras escuchar allí a Sam Wooding tuvo claro que le llevaría de gira por Europa liderando a The Chocolate Kiddies -en 1929 pasaron por Barcelona-. Este paraíso funcionó como local de música hasta 1986, siendo de los pocos reductos del barrio que seguían en primera fila del jazz programando habitualmente a Babs Gonzalez, Jimmy Smith, King Curtis y Ray Charles.
Hasta la década de 1950 fue un lugar habitual de reunión de literatos. Entre los visitantes más destacados está Federico García Lorca. El poeta granadino pasó por allí en 1929 y en su Poeta en Nueva York dejó materializado el impacto que la cultura negra tuvo en él. Fue Nella Larsen, quien acaba de sacar al mercado sus dos únicas novelas, quien guió a Lorca por Harlem. En esos años uno de los asistentes diarios era Carl Van Vechten, y de allí sacó muchas observaciones para escribir su novela Nigger Heaven (1926). La lista de escritores que pasaron por aquí es larga e incluye, entre otros, a William Faulkner y Harold Jackman -en quien está basado el protagonista de la novela de Van Vechten-. Tan famosos como sus músicos y visitantes eran los camareros, capaces de bailar el charleston con bandejas cargadas de bebidas. Uno de aquellos camareros entre 1942 y 1943 fue un adolescente Malcolm Little, apodado “Detroit Red”, quien compaginaba ese trabajo con la venta de drogas y pequeños robos que en pocos años le harían terminar en una cárcel cerca de Boston. Habría que esperar hasta 1950 para que aquel joven delincuente cambiara y se hiciera llamar Malcolm X.
Federico García Lorca y Antonieta Rivas Mercado con dos amigos en Nueva York, 1929.
Yeah Man
Era uno de los locales a los que acudían después de sus propios conciertos artistas como Jimmy y Tommy Dorsey o cantantes como Amanda Randolph y Anne Brown, de ahí que en el mapa se nos aconseje “ir tarde”. Solía ser frecuentado por periodistas como Ted Poston y Ellen Tarry que plasmaron lo que allí ocurría en sus artículos.
En 1933 contrataron como saxofonista a Lonnie Simmons. Había salido de su Charleston natal para encontrar nuevas oportunidades y su hermana le dió cobijo en Harlem. Simmons se convirtió en uno de los músicos principales de este club y en 1938 pasó a formar parte de la banda de Fats Waller y dos años después acompañaba a Ella Fitzgerald. Además exportó el ambiente de Harlem cuando en la década de 1950 fue uno de los músicos responsables del auge del Club DeLisa, promocionado como “el Harlem de Chicago”, donde además de tocar se dedicó a registrar cada evento con su cámara de fotos.
Simmons quiso ayudar a algunos amigos que había conocido en su juventud en Carolina del Sur y logró que contrataran en el Yeah Man a Freddie Green. Empezó tocando el banjo acompañando a Lonnie y al pianista Eric Henry. Freddie vivía hasta conseguir este trabajo mantenido por su tía Nana, pero gracias a los diez dólares semanales que empezó a ganar puso emanciparse. Justo en aquellos años los clubes empezaban a introducirse sistemas de amplificación del sonido y el banjo no se adaptaba bien a la nueva tecnología, por lo que Freddie se compró una guitarra que le permitió formar parte del sonido que construyó Count Basie -con quien grabó durante casi medio siglo hasta 1984-.
A este club llegó el pianista Billy Taylor desde Washington D.C. a comienzos del verano de 1939. Después de visitar la Feria Mundial que se había inaugurado en la ciudad hacía pocos meses. Su primera noche en Harlem acudió al Yeah Man para saludar a un amigo de su padre, Bill Garett -manager del club-. En el local sabían de la destreza al piano de aquel joven de dieciocho años que estaba de visita -llevaba desde la infancia aprendiendo de uno de los maestro de Duke Ellington, Henry Grant- le pidieron que tocara algo durante el descanso. Eligió “Lullaby in Rhythm” que había escuchado en las grabaciones de Benny Goodman y gustó tanto a los presentes que los músicos le invitaron después a una fiesta en el apartamento del pianista principal del Yeah Man. En mitad de la fiesta le pidieron que tocara de nuevo la canción y al terminar el anfitrión se sentó al piano y le dijo a Billy que escuchara atentamente. Empezó a tocar “Lullaby in Rhythm”, pero de una manera como aquel joven no había escuchado jamás. Resultó que aquel hombre al piano era Clarence Profit, el compositor de la canción. Y no solo eso, sino que en aquella habitación estaban mirando la escena Stephen Henderson, Marlow Morris y Thelonius Monk. Aún en sus últimos años de esplendor, Harlem seguía reuniendo a futuros genios. Harlem marcó tanto a Taylor que en 1944 se trasladó a Nueva York para trabajar con Ben Webster y desde entonces quedó íntimamente ligado a la ciudad. Allí fue pianista del club Birland, compuso “I Wish I Knew (How It Feel To Be Free)” -que luego hizo popular Nina Simone- y acercó el jazz a millones de estadounidenses a través de los programas televisivos de la NBC.
Clam House
En la 133rd Street estaba el “Jungle Alley” -llamado así por el desenfreno e ilegalidad que había- en el que podías encontrarte el local Mexico regentado por George James -quien solía contar que había luchado contra Pancho Villa- y al que Duke Ellington solía ir a tomar su ginebra favorita durante la época en que estaba prohibida. Pero, lo que realmente hacía salvaje aquel callejón era Clam House y su estrella principal: Gladys Bentley.
Era tal la unión entre local y artista que en el mapa se llama “Glady’s Clam House”. Nos indican que viste tuxedo y sombrero de copa. Gladys iba con su estilismo en blanco como un bailarín de Broadway pero cuando abría la boca para cantar o se sentaba al piano, irradiaba blues. Solía usar en el escenario canciones de otros artistas como Lucille Bogan, Ma Rainey, Bessie Smith o Kokomo Arnold y en caso de que no tuvieran referencias sexuales ella se encargaba de convertirlos en un espectáculo sicalíptico. Era abiertamente lesbiana y se dedicaba a flirtear con las mujeres del público. La rumorología decía que se había llegado a casar con una mujer blanca en Atlantic City en una ceremonia civil usando su heterónimo masculino “Bobbie Minton”. En 1928 Bentley empezó a grabar para Okeh Records y dos años después tenía su propio programa de radio. Poco a poco salió de Clam House y se estableció en el Ubangi Club hasta su cierre en 1937.
Durante la década siguiente la fama de la artista fue decayendo y el travestismo pasaba por horas bajas con los nuevos conservadurismos. Gladys se trasladó a California y en 1952 daba una entrevista a la revista Ebony en la que decía: “Soy una mujer de nuevo”. Se casó con un hombre dieciséis años menor que ella y fue miembro habitual de la iglesia Temple of Love in Christ, renegando de su pasado personal y musical. Este cambio de vida de la cantante coincide con el “terror lavanda” estadounidense que incluye a la homosexualidad como un elemento anti-nacional a erradicar de la vida pública y la administración. Con el nuevo conservadurismo poco quedaba de la Gladys Bentley de antaño, al igual que casi nada vivía tal y como era de aquel Harlem renacido, cuyas músicas y artistas se habían convertido en un paraíso perdido.
Revista Ebony, Agosto 1954.
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